sábado, 2 de enero de 2016

Pídeme que venga


Madrid, tres de Diciembre de dos mil once

Querido diario:

Me llamo Tara y tengo veintitrés años. Nunca he escrito un diario y, a pesar de que mi mejor amiga, Clara, me ha recomendado que lo haga, no sé por dónde empezar... Creo que, simplemente, escribiré lo que salga de mi corazón...

Veintitrés de Noviembre de este mismo año

Le echo de menos, así de sencillo. Le echo terriblemente de menos. No puedo evitarlo. Ni si quiera sé cómo he sido capaz de haber sobrevivido sin él todo este tiempo... Cuando lo pienso, cuando lo pienso detenidamente, me parece imposible, absurdo. ¿Cómo lo he conseguido?

Mi corazón late cinco veces por encima de su velocidad normal y el aire de la habitación se me antoja cargado, denso. Apenas puedo respirar. El aire llega a mis pulmones con dificultad. A veces, incluso, me mareo. ¡Duele tanto!

Un día después...

Cada día, cada mañana, me despierto entre sudor y lágrimas, arrepentida, abrumada, fuera de mí. ¿Cómo no le había dicho lo que sentía? ¿Por qué me había callado? Miedo, supongo. Cobardía. Quizás, flaqueza. No lo sabía. Simplemente había callado; era más sencillo, lo fácil.

Y, mientras tanto, su imagen me persigue en sueños. Su mirada, sus ojos, su boca. Sus palabras. Aquellas palabras que entonces no escuché pero que se habían grabado muy dentro, a fuego, dentro de mí. ¿Por qué no le creí? Él sonreía. Mientras hablaba, sonreía. ¿Quién era capaz de concentrarse en las palabras cuando la persona que las decía poseía esa sonrisa, esa boca?

¿Me había vuelto loca? ¿Era eso? ¿Cómo un hombre se había adueñado de toda mi vida en cuestión de días? ¿Cómo me había calado tan hondo? ¡No era posible! ¡Científicamente tenía que ser imposible!

Tres días después...

Clara me ha dicho que esas cosas ocurren, que a veces nos enamorábamos en un instante, un segundo, un momento. ¿Era eso posible? ¿Me había pasado eso a mí?

Estoy confundida, abrumada. Todo lo que siento me supera. Es tan grande, tan agotador. Veo sus ojos por todas partes, su sonrisa, su boca. No soy capaz de olvidar esa boca...

¿Cómo voy a ser capaz de seguir con mi vida después de esto? ¡Él ocupa ahora toda mi vida! Él, que está tan lejos, tan distante, se ha convertido en el dueño y señor de mis pensamientos. Ja, me río yo de aquel que asegure que esta clase de amor no existe. Me río incluso de mí misma cuando yo era la primera que no creía.

¿No hay alguna manera de arrancarlo de mi corazón, de deshacerme de él? Estoy desesperada...

Cinco días después...

Han pasado diez días desde la última vez que le vi y la sensación de abatimiento sigue cubriendo mi piel, mis huesos, mi alma. No puedo más... Creo que voy a enfermar. Es imposible seguir así por mucho más tiempo. Ya no tengo fuerzas...


El día.

He despertado sobresaltada. Otra pesadilla más. Él me perseguía entre oscuridad y bruma mientras el sonido del mar llenaba la atmósfera. Y justo cuando iba a alcanzarme, cuando alarga su mano para coger la mía, yo caigo vertiginosamente en un profundo agujero sin fondo.

Despierto entonces entre gritos, sudor y lágrimas. Mi camiseta está empapada, al igual que las sábanas que se han arremolinado a un lado del colchón. Me aferro a la almohada e intento controlar la respiración. Mi pulso late frenético, enloquecido. Estoy hiperventilando. Me asusto pero, finalmente, consigo controlarme. Empiezo a fijar la mirada poco a poco.

"Pídeme que venga" escucho en un susurro. Segura de que aquellas palabras forman parte del sueño que acabo de tener, las ignoro.

"Pídeme que venga" escucho de nuevo. Mi corazón se paraliza por una milésima de segundo. "Pídeme que venga". ¿Es él? ¡Oh, Dios mío! ¡Es él! "Pídeme que venga" dice otra vez. Miro a todos lados pero no le encuentro. ¡No está! ¿Dónde está? "Pídeme que venga". "¿Dónde estás? Cariño, ¡dime dónde estás!" grito. "Pídeme que venga". Como una letanía escucho una y otra vez esas tres palabras. "Pídeme que venga". Empiezo a perder la cordura. Yo no estoy bien. Aquello no puede ser cierto, no puede ser real. "Pídeme que venga". "Pídeme que venga". "Pídeme que venga"...


Desesperada y completamente sobrecogida por la situación, subo la ventana hasta arriba asomando la cabeza para buscar el aire que me falta.

Por un instante, no puedo creer lo que veo. Es él. Está ahí abajo, mirando hacia arriba, suplicándome, con su mano extendida hacia mí. "Pídeme que venga" repite. No puedo hablar, me he quedado muda de repente. ¿Es un sueño? ¿Otra pesadilla? "Pídeme que venga" insiste. Le miro y, con lágrimas en los ojos, ahogo un gemido. Llevo mis manos a la boca para estrangular los sollozos que pugnan por brotar como la hiedra. Voy a explotar de impotencia. Una intensa emoción se apodera de mi cuerpo hasta asfixiarme. Estoy deseosa de que venga, que me busque, de que esté a mi lado...

"Pídeme que venga" susurra, esta vez con una sonrisa en sus labios. Esa sonrisa...

Y entonces, sólo entonces, comprendo que lo que estoy viendo no es un sueño, sino un presagio. Curvando mis labios, extiendo la mano hacia él y, con voz ronca, le suplico con voz firme: "Ven, ven conmigo".

Y él vino a mí para quedarse, para quedarse para siempre.

Nota de la autora

Debido al derecho a la intimidad, así como el derecho a la protección de datos, el nombre de la persona titular de esta entrada permanecerá en completo y absoluto secreto.

Sólo espero que sepan respetar su decisión.

Muchas gracias

 

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