martes, 16 de agosto de 2016

Aromas en una botella

 
Cuando leí por primera vez "El perfume: historia de un asesino" de Patrick Süskind, pensé: "¿Realmente Grenouille, su personaje principal (el asesino), es un loco trastornado? ¿Su enajenación exponencial puede considerarse en realidad una privación del buen juicio? ¿Y si hubiese utilizado su "don" (un olfato increíblemente desarrollado) para cualquier otra cosa que no fuese la búsqueda pertinaz de su olor propio?"

 
Su don, tan inusual como extraordinario, es una habilidad que todos poseemos sin ni siquiera saberlo, aunque en un nivel más plano. No solo utilizamos el olfato para asociar un aroma a algo o alguien, sino también el oído, la vista, el tacto y el gusto. Las percepciones que tenemos de todo lo que nos rodea es automático y, la mayor parte de las veces, ni siquiera somos conscientes de ello. Hay veces que conseguimos darnos cuenta de esta conexión mucho tiempo después pero, la mayor parte de ellas, ni las volvemos a evocar; quizás es por ello que no somos conscientes de la cualidad en sí que poseemos.
 
 
Los recuerdos que tenemos son curiosos, enmarañados e incluso confusos. Hay vínculos lógicos mundialmente conocidos como puede ser el chocolate tan comúnmente asociado al placer, al sexo y al erotismo. Y también los hay incongruentes, como puede ser la asociación que automáticamente hacemos de la palabra Macarena a la famosa canción del grupo musical español Los del Río.
 
Y es que los nexos que hacemos a veces son tan increíblemente aplastantes que me pregunto si Grenouille fue realmente un loco o un fanático de su propia doctrina.
 
 
Os pondré un ejemplo más claro. ¿Nunca habéis asociado una canción a un recuerdo, un sentimiento o una persona? En nuestros genes, tenemos la aptitud de vincular una melodía a una persona  sin darnos cuenta porque estábamos escuchando esa canción estando con ella, porque justo con esta música de fondo nos besamos por primera vez, porque nos echamos unas risas bailando al son de sus notas un día en el coche,... Sea cual fuere el motivo, el vínculo se había hecho y, al escucharla en cualquier otro lugar y tiempo, la imagen de esa persona regresa a nuestra cabeza.
 
 
Más fácil aún. ¿Quién de vosotros no escucha música con letras melancólicas y nostálgicas en momentos de desazón? Nos deja nuestra pareja: a machacarnos con música triste. Perdemos a nuestra mascota: música suave de fondo con letras punzantes. Abandonamos nuestra tierra por el motivo que sea: melodías de acompañamiento en tonalidades declinantes. ¡Es un hecho! ¡Son asociaciones!
 
Si estamos felices, el vínculo es el contrario. Martilleamos nuestros oídos con música que invita a bailar, saltar, reír y vivir. ¿Casualidad?
 
 
El tacto. ¿Cuántas veces hemos dicho eso de "es tan suave como el culito de un bebé"? ¿Qué pasa? ¿Qué nos atiborramos a tocar culos de bebés sin ton ni son? En absoluto. Es que la conexión está hecha. Hay un vínculo de suavidad, sedosidad y levedad asociado al hecho de que la piel de un recién nacido es infinitamente más ligera y exquisita que cualquier otra cosa. Por eso, cuando tocamos algo realmente suave, evocamos la imagen de un bebé. La relación es curiosa pero está hecha.
 
 
"Si es verde no me lo como". "¡Uy! ¡Qué pinta más asquerosa! Yo eso no lo pruebo". "Yo de eso no quiero, gracias". Sonreís, ¿verdad? Si es así es porque os sentís identificados con esta gran verdad. La vista influye mucho en el gusto, sobre todo en los más pequeños. El aspecto, el color e -incluso- la forma son características excluyentes de la consumición de un alimento. Y, seamos coherentes, ¿por qué? ¿Puede más imaginar un sabor desconocido que el hecho en sí de arriesgar a probar algo nuevo? Si tiene el color del moho, no lo pruebo pero si es de color rojo, sí.
 
 
Seamos sinceros, el olfato no es el único arte que asociamos instintivamente con determinadas personas o animales, también lo hacen los lugares, la comida, los sonidos, las cosas, las sensaciones, las percepciones... Nuestras vidas están ligadas a asociaciones involuntarias que nuestro cerebros estipulan sin preguntar. ¡Y me encanta! Eso sí, ni se te ocurra preguntar qué asociación he hecho contigo porque quizás la respuesta no es la que tú esperabas.
 
Por eso creo que Grenouille no es que estuviera loco sino que mantenía una búsqueda constante, fuera de toda lógica, de algo que nunca iba a encontrar: su olor propio. Pues este, según lo que dicta el sentido común, es distinto en cada persona.
 
 

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