sábado, 12 de noviembre de 2016

Diario de un perro: un George Clooney a lo "dog".

 
Ray-Charles de Salazar
 
Diario de un cocker spaniel inglés llamado Ray...

 
A la hora de la merienda, más o menos
 
Querido diario:
 
Hoy me he despertado filosófico: me ha dado por pensar de dónde vengo, a dónde voy, qué tendré de merienda hoy... En fin, dormir dieciséis horas al día me deja poco tiempo libre y, aunque las restantes las pasaría gustoso durmiendo, me gusta aprovechar el tiempo al máximo.
 
Particularmente, hoy ha sido un día agotador.  Anoche debí quedarme dormido mientras mi amiga y yo veíamos una película, pues me he despertado solo a las seis de la mañana, que es cuando me han entrado unas inevitables ganas de jugar a algo. Sí, soy así. Duermo, me despierto, juego, me distraigo, un sin vivir. ¡Qué os voy a contar! Para entretenerme, he tirado varias veces contra la pared una bola amarilla que ha rebotado contra mi cara en cada una de esas ocasiones. No sé si es que no estaba bien despierto o es que soy un torpe pero el juego me ha parecido de lo más violento, además de innecesario. Así que he dejado que la pelota se perdiera por donde ella decidiese. Ya la buscaría más tarde, cuando volviese a aburrirme como un cosaco.
 
Aunque solo he jugado unos tres minutos, el deporte me ha dejado baldado así que he vuelto a dormirme como un tronco. Así soy yo. Cuando hago algo, lo hago en profundidad.
 
 
Mi cuerpo y mi mente no siempre van de la mano y a eso de las siete de la mañana, me han entrado ganas de beberme ocho litros de agua, aunque de un tiempo a esta parte mi amiga me raciona los líquidos. No sé si lo hace por algún tipo de retorcida venganza o es que realmente bebía demasiado para mi tamaño de cocker. Sea como fuera y después de vaciar el depósito hasta el fondo, me he preguntado dónde estaría mi "burrito". Mi "burrito" es un juguete blandito que si lo aplasto, chilla de manera estridente. Me encanta este juguete y me encanta que chille porque se queja como un gato. Después de ocho pisotones, seis berridos del burro y un silencio pesado, me he vuelto a sentir como el plomo, así que he obedecido a mi cuerpo y me he echado un rato.
 
A las ocho de la mañana, ya no podía aguantarlo más. Desesperado, terriblemente aburrido y ansioso de nuevas aventuras, he empezado a golpear la puerta de la habitación de mi amiga del alma. Casi por sorpresa, ella ha aparecido ante mis ojos vestida de... Oh, oh, ¿son zapatillas de deporte? ¿Eso que llevas puesto en los pies son deportivas? ¡Lo sabía! ¡Hoy entrenamos!
 
Ágil (dentro de lo que yo entiendo como ágil), me he escondido en un sitio lúgubre y oscuro: debajo de la mesa del salón. Esperanzado, he agachado la cabeza y he clavado mi mirada en el suelo más quieto que una estatua de sal. Si no respiro, quizás no me vea y se olvide de mí.
 
Después de una eternidad (dos intensos minutos), he escuchado mi nombre. "Si no te mueves, no te ve. Si no te mueves, no te ve" me he repetido como una mantra. Otra vez mi nombre. "No te muevas. Aguanta, campeón". Mi nombre esta vez ocho octavas más alto. He levantado un poco la cabeza para comprobar qué hacía mi amiga. Error. En cuanto lo he hecho, me ha visto. Con la correa en la mano y pasos decididos (más ágiles que yo, al menos), se ha acercado a mí y me ha atrapado. ¡Caracoles! ¡Menudo día más largo me espera!
 
 
El running no ha estado mal. Trote ligero, temperatura fresquita (2 grados) y yo luciendo cuerpini por todo el barrio. Bueno, luciendo nada porque a esas horas no estaban ni las calles puestas. ¡Por Dios! ¡Si solo nos hemos topado con la furgoneta de la basura! Y yo que estoy hecho un chaval sin poder mostrar mis encantos a las féminas. En fin, al menos hacer deporte me mantiene en forma. Soy como un George Cloone a lo "dog", para que me entendáis. Un don Juan de los peludos.
 
Unos cuarenta minutos después, nos hemos puesto a estirar. Yo me quedo muy cerquita de mi amiga; encima de ella, más bien. No lo hago por mí, lo hago por ella. No me gusta que se distraiga cuando estira porque cualquier cosa la despista y luego se le olvida por dónde iba. Yo, mientras ella pone esas posturas tan aparentemente incómodas, le doy besos porque sé que le gustan. A veces, aparta la cara pero yo sé que lo hace por hacerse de rogar. ¡No la conoceré!
 
 
Después de este ejercicio mañanero tan vigorizante, hemos vuelto a casa. Yo estaba contentísimo porque ahora es cuando me tocaba comer sí o sí. Sin embargo, mi amiga ha hecho que suplique lo que me corresponde por convenio. ¿Pero esta chica está loca o qué? ¿Acaso quiere jugar con mi salud? Primero se pone a ventilar. Después a barrer. Después ha puesto una lavadora. Mientras la máquina infernal funcionaba, ella ha continuado poniendo orden en el resto de la casa. ¿Pero qué orden ni qué leches? ¡Si el orden lo tiene perdido! Primero la comida "à moi" y luego el resto de las cosas. ¡Teníamos un trato!
 
Cuando por fin me ha puesto mi plato de pienso, me han dado ganas de darle con las zarpas y desperdigarlo todo por la cocina. Después he pensado que seguramente esa actitud no beneficiaría mi convivencia con mi amiga del alma y, al grito interno de "¡por Espartaaaaaa!" me lo he comido sin rechistar (y casi sin respirar, por si ella se arrepentía y me lo quitaba).
 
 
Después de desayunar y hasta que he escuchado mi nombre resonar entre sueños, os prometo que no me acuerdo de nada. Supongo que me quedé dormido después de todo. De otro modo, no entiendo qué ha podido haber pasado.
 
Cuando he abierto el ojo, mi amiga estaba mirándome con correa en mano. ¡Me he puesto muy contento! Cuantas más veces bajemos a la calle, más oportunidades tengo yo de mostrar al mundo mi sex appeal y más premios tengo al subir a casa. Mi amiga cree que no pero la tengo caladita del todo.
 
El paseo se me ha hecho corto. Solo he podido dejar mi marca en once árboles, siete arbustos y cuatro matojos. Si esto sigue así, mis colegas van a pensar que me he mudado del barrio. Tengo que convencer a mi amiga para que los paseos sean más largos y por más calles. A veces, me hago el sordo cuando me llama pero la tía es más lista que yo y, dando unos sustos de infarto, aparece como por arte de magia a mi lado. Algún día tengo que preguntarle cómo lo hace. Quizás me sea útil para marcar mi territorio con mayor rapidez. En fin, tengo que rumiarlo con más detenimiento.
 
 
Oye, ¿qué tendrán los paseos que me dejan agotado? Ha sido subir a casa, comerme la galleta que me he ganado a pulso (ya os lo digo yo) y caer como un plomo en el sofá. Ni he abierto el ojo para ayudar a mi amiga a preparar su comida. Yo lo he intentado pero mi cuerpo no acompañaba. Y, como os he dicho antes, hay que escuchar al cuerpo.
 
Ahora, las ocho de la tarde, quiero jugar un rato pero mi amiga está decidida a que termine de escribir este diario. Dice que es algo así como terapia perruna y que me vendrá bien a largo plazo. Yo no lo tengo muy claro pero lo que sea con tal de tenerla contenta, por si me cae otra galleta.
 
En fin, ¿qué más puedo contaros? No me gustan mucho los petardos, adoro el pan duro y soy un obseso de las carantoñas en el más extenso significado de la palabra. Ahora mismo huelo a "tachún" de mono; que no sé lo que quiere decir pero mi amiga lo dice cada vez que viene de entrenar, así que no debe ser un olor muy agradable. Me gustan las hembras, adoro a mis colegas y las juergas que nos pegamos todas las noches y amo hasta lo indecible a mi amiga del alma, aunque no me de todas las chuches que me gustaría. Soy papá de treinta vástagos de cuyos nombres me cuesta acordarme; y eso que alguno vive en mi barrio. Tengo el corazón completamente ocupado por mi amiga pero soy de los que piensan que siempre hay espacio para una perra más (¡ups! Dicho así...). Me gusta la playa pero soy más de montaña. El frío es parte de mí, con lo que deduzco en otra vida debí de ser Olaf, Papá Nöel o algún personaje de los polos (y no me refiero a los helados). No me gusta nada, nada, la lluvia y mucho menos el chubasquero que me pone mi amiga para salir a la calle para evitar que me moje. Me encantan los niños porque son igual de inocentes y leales que yo. Algunos adultos son feos por fuera, pero sobre todo por dentro. He aprendido a sobrellevar el hecho de que no todo el mundo me quiere; y eso que soy un perro completamente adorable. Yo respeto pero no todos lo hacen conmigo.

Sé que, por lo que tengo, soy un perro afortunado e intento por ello disfrutar de mi día a día al máximo.

¿Y qué más? ¡Ah, sí! Soy un perro feliz. Al principio, estas fechas navideñas me asustaban. Ahora, después de siete años junto a mi gran amiga, ya no me dan miedo. ¿Y sabéis por qué? Porque sé que ella me adora y que, pase lo que pase, no me va a abandonar en ningún callejón oscuro ni en ninguna carretera perdida de la mano de Dios. Como os he dicho, soy un perro afortunado.
 
Bueno, diario, por hoy creo que ya he terminado. Además, mis colegas me están llamando al telefonillo a golpe de ladrido y necesito estirar un poco las patas (y fardar de cuerpini, para qué os voy a engañar).
 
Nos vemos entre los arbustos. ¿Soy yo o eso ha sonado muy mal?
 
Lametazos y carantoñas a tropel. ¡Se os quiere!
 
Ray-Charles de Salazar
 
 

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